Aborto y condena (3ra. Parte)


Lunes 10 de Mayo, 8 a.m.

Las calles están vacías, y no puedo evitar ver a mi hijo en cada carita sucia que me ofrece chicles o quiere cuidarme la moto. Hordas de niños caminando por el mercado, descalzos e hidrofóbicos, vomitados a las calles por padres respetuosos de la vida humana, me recuerdan que ya estamos completos.

De vuelta otra vez en su cuarto, antes nuestro. Ahora vive sola y trata de estar el menor tiempo posible en él, pero le dije que hoy la visitaría, así que la encuentro recostada en la cama. Cuando me ve, se yergue meditabunda.

-Tienes razón. He pensado mejor las cosas y un bebé no es lo adecuado en este momento. No tengo trabajo y empiezo a estudiar el lunes. Tengo que pagar la pensión, el cuarto, la comida, ya que por lo visto no me vas a apoyar más. Tener un bebé ahora sería desastroso. Sólo estaba dejándome llevar por la emoción de la noticia, ahora la he asimilado.

Yo le miro sorprendido. No puede ser que haya cambiado de opinión. Algo se trae entre manos.

-Esa será mi mayor prueba de amor por ti –concluye con un frenesí de histrionismo.

-¡Lo sabía! Tú no dejas de sorprenderme. Ahora me sales con que tu aborto será una prueba de amor. Después me dirás que no puedo dejarte porque te hice hacer cosas terribles y tengo que pagar quedándome a tu lado por los siglos de los siglos, aunque esta relación hace rato se haya ido a la mierda. ¿O no me dices eso ahora cuando peleamos? ¿No me dices que por mí has dejado a tu familia cuando ni siquiera te pedí que te quedaras? ¿Qué será cuando abortes? ¿Me vas a chantajear diciéndome que tomarás la pastilla a cambio de que me quede contigo para siempre? Pues no voy a caer en tus juegos. Si quieres tenerlo, ténlo. Pero ni así te quedarás conmigo.

-Walter yo he cambiado…

-¿De qué?

-Este viaje me ha servido para darme cuenta de las cosas. Sé que me he portado muy obsesiva e inmadura, pero déjame demostrarte que en adelante las cosas serán diferentes.

-Claro que lo serán, porque no habrá nada entre nosotros.

Ella acomoda la almohada detrás de su cabeza, y se recuesta mirándome.

-Ven-dice palpando el colchón- quédate un ratito conmigo.

Dejo el maletín en la mesa y me recuesto dándole la espalda. Ella me rodea con sus brazos y pega sus labios en mi hombro.

A veces parece una niña sin padre.

-¿Le has contado a tu mamá? – pregunto.

-¿Cómo crees? Será para que me obligue a casarme. ¿Y tú?

-Sí.

-¿Y qué te dijo?

-Que lo tenga. Que ya está muy grande, que es un crimen lo que quiero hacer, y que por algo hace Dios las cosas porque ese bebé llega justo en el momento indicado, ya sea para hacerme más humano como dices tú, para volver contigo o para enseñarme a ser responsable.

-¿Y qué piensas?

-Que son tonterías. Le dije que un hijo es un atraso, que no me veo como padre, que no sabría cómo hacerlo, que sería muy irresponsable si dejo que nazca. Yo puedo vivir de lo que sea, cachueleándome con las tarjetas o instalando programas, no necesito más que un techo de zinc y un par de panes al día. Pero un hijo es diferente, no puedo arrastrar a otro ser humano conmigo a una existencia miserable. Desde el momento en que tienes a alguien que depende de ti, todo cambia. Tienes que trabajar más duro por la leche, los pañales, las medicinas, la guardería, la ropa, renunciar a tus sueños para convertirlo en el blanco de tus frustraciones. Sé que dicen que soy un vago y conformista, que no me esfuerzo lo suficiente, y está bien. Tienen razón. Me gusta dedicarme a lo mío aunque no sea productivo; pero el día que nazca mi hijo tendré que olvidarme de todo eso y empezar a medir las cosas con la regla del dinero. No hay nada peor que ser un vago con hijos, como tantos vagos que se reproducen como gremlins para dejar que la abuela los críe mientras ellos siguen con su vida de vagos. Así no quiero ser. Tener hijos para que crezcan a su cuenta y riesgo como la hierba mala es peor que impedir su nacimiento.

-¿Y qué te respondió?

-Lo mismo que tú, que soy un monstruo. Pero eso no vale. Ella también abortó alguna vez y consiguió lo que quería, ahora se atreve a decirme que no lo haga. ¡cuánta hipocresía!

-Es que debe tener penita pues mi amor, su primer nieto.

-No me digas amor. Además todavía estamos a tiempo. Lo que tienes ahí es parte de tu cuerpo y no el nieto de alguien. Ni siquiera es un ser humano completo. He estado averiguando en internet y apenas es del tamaño de una moneda de un sol. ¿Cuándo lo haremos?

-Cuando tengas las pastillas pues.

-Eso es difícil de conseguir. ¿No le puedes preguntar a Ericka?

-Ay no, es mi prima, se va a enterar.

-Pero también es obstetra, y la única que nos puede ayudar. Hablaré con Víctor mañana, su mujer ha abortado un par de veces antes de tener a Camila, de repente pueda decirme cómo consiguió las pastillas. Me tengo que ir.

Me levanto, le doy un beso en la mejilla y abro la puerta.

-Walter…

-¿Qué?

-¿Me puedes traer torta de chocolate?