Aborto y condena (Final)




Sábado 15 Mayo, 6 am.


La mañana nos encontró recostados en la cama, uno lejos del otro. Ella dormía. Yo contaba los paneles del techo una y otra vez. Cada tanto me acercaba a comprobar su respiración y temperatura. Suena estúpido, pero tenía miedo de dormirme y despertar hallándola muerta.

A las diez abrió los ojos, pero no podía moverse, toser o estornudar. Le era doloroso ir al baño, a pesar de que casi la llevaba cargando. Permanecimos sin hablar el resto de la mañana. A veces volteaba a mirarla y la encontraba con gesto perdido. Entonces le preguntaba nuevamente si se sentía bien. No respondía. Sólo acercaba su cabeza y la recostaba en mi pecho.

Pese a estar habituado a predecir sus gestos y emociones, aquella mañana sus ojos grises se me hicieron indescifrables.

-Tengo hambre- dijo casi al mediodía.

-¿Qué quieres comer?-pregunté.

-Pollo a la brasa.

-No puedes comer grasa, recuerda que…

-Entonces tú ve lo que traes, pero trae algo.

Me puse el pantalón y salí. Al regresar dispuse todo y luego la ayudé a sentarse a la mesa, donde le esperaba un cuarto de pollo con papas, sin ají.

-¿Crees que haya sufrido mucho? – preguntó.

-No.

-Yo creo que sí.

Se quedó mirando el tenedor trincado en un pedazo de muslo.

- Quiero ponerle un nombre-dijo sin mover una pestaña.

-Pamela…

-Es nuestro hijo ¿Qué nombre le pondrías si hubiera sido mujer?

Me clavó los ojos como si me fuera a devorar de un bocado.

-Pamela-dije.

- Ah, no me gusta. Si hubiera sido varón se hubiera llamado… Diego.

-Pamela ya basta. Ni siquiera sabes si ha sido un éxito. Tenemos que esperar a que cese el sangrado para que te hagas una nueva ecografía.

-No sé si lo llamaría un éxito, como dices, pero lo cierto es que ya no estoy embarazada. Las náuseas y antojos se fueron, y mi vientre ya no está durito. Lo sé porque durante nueve semanas el olor del pollo a la brasa me provocaba vómitos…

-Pero de todas maneras hay que ser precavidos. Todavía tienes un poco de fiebre.
Parecía no escucharme.

-Además-dijo- aquí está la prueba.

Me enseñó un vaso con agua, dentro había un coágulo de más o menos tres centímetros de diámetro.

-Míralo bien de este lado ¿no ves su manito? Mira esas líneas, son sus deditos.

Yo no veía nada, solo bloques oscuros de sangre espesa. Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar el tono tranquilo de su voz.

-Bota eso ya. ¿Estás loca? Es solo un coágulo.

-Es tu hijo, huevón- dijo como si quisiera arrojarme el vaso en la cara.

Me quedé observándola sin decir nada. Una vieja sensación me sobrecogió al notar en su rostro que aguardaba una señal para desbocarse. Conocía muy bien el preámbulo, por lo que permanecí impasible. Luego de un momento me levanté en busca de servilletas. Cuando regresé puso sus brazos en mi espalda y su mejilla en mi pecho.

-No me dejes. Te necesito.

Su frente ardía. Comenzó a llorar incansable. Me pareció que empezaba a delirar. Suavemente la conduje a la cama y la arropé. Permanecí a su lado viéndola dormir hasta que su temperatura se estabilizó. Un par de horas después abrió los ojos.

-Tengo que irme-dije. En casa no saben nada de mí desde ayer en la mañana. Estarán preocupados.

-No. No me dejes.

-Vuelvo a las tres.

-Mentira. Si te vas ya no vas a regresar. Ya conseguiste lo que querías.

-Yo no te obligué - le respondí exaltado- Nunca tuviste voluntad para nada, salvo para aferrarte a mí. En las decisiones importantes siempre esperabas que yo decida por ambos. Esta no fue la excepción. Sabías en el fondo que no podrías con el bebé, pero buscabas un chivo expiatorio para cargar con tus culpas morales y religiosas. ¿Y quién mejor que un miserable, mezquino, insensible y ateo como yo para ayudarte con lo que decidiste dándole la apariencia de una coacción?

De un salto se incorporó y haciendo una mueca de dolor me abrazó nuevamente.

-Esto nos unirá más ¿verdad? Todo lo que hemos pasado… no se compara con lo de anoche ¿verdad? Ahora compartimos un secreto más grande que nosotros.

Espera una respuesta con el alma, pero yo la miro con infinita paciencia; como entonces y como ahora, cuando me cuenta que, por las noches, cuando duerme sola y se despierta sudorosa por alguna pesadilla que no puede recordar, nota un resplandor que proviene del baño, luego ve a un niño salir de él, desnudo y con la piel muy blanca; un niño hermoso, que llorando le dice “Estoy buscando a mi mamá ¿la has visto?” y se frota los ojos con breves y ahogados suspiros, y vuelve a meterse al baño, desapareciendo con el resplandor, como si el baño ocultara el pasaje a un amplio jardín. A veces ella simplemente lo mira, otras veces corre para abrazarlo, pero antes de poder hacerlo huye a refugiarse en ese jardín, el de los sueños truncos, el de las almas perdidas, el de los errores imperdonables, en el que según ella, habitará para siempre nuestro Diego. Me lo cuenta cada noche, y cada noche no dejo de sentir como si tuviera un globo en la garganta.

-Sí –le respondo al fin- Estamos más unidos que nunca.

Aborto y condena (6ta. Parte)



Viernes 14 de Mayo, alrededor de las 2 am.

A la una de la mañana con cuarenta minutos se tomó las dos primeras pastillas. No se las tragó, sino que, haciendo caso a los consejos de W.O.W. dejó que se disolvieran en su boca por treinta minutos. Le tomó menos que eso. Me dijo que tenían una consistencia arenosa que raspaba su garganta. No la escuché muy en serio porque a veces exagera, pero cuando me tocó introducir las tres restantes en su vagina comprobé que tenía razón.

No era mi intención participar en el proceso, pues tengo entendido que la propia mujer puede introducírselas sin ayuda, pero la idea de pareja que Pamela tiene es la de dos personas haciendo todo juntos, desde las visitas al sanitario y la ducha, hasta la inscripción y matrícula en la universidad. Para ella, su aborto debía ser como el que presenció en sus padres: mamá acostada en la cama y papá metiéndose entre sus piernas con las pastillas en la mano. Desafortunadamente no recuerda más detalles porque solo tenía diez años. En el fondo quería reivindicar nuestros roles de pareja estable y feliz. Negarme hubiera sido muy arriesgado.

La página web recomendaba humedecerlas. Tomé una pastilla entre mis dedos y la sumergí en un vaso con agua. Casi al instante se deshizo en pequeñas piedrecitas bastante ásperas. Me apuré a introducirlas antes que se deshagan del todo. Ella gritó diciendo que laceraba sus labios menores. Usé los dedos con suavidad, y al sacarlos noté que había un poco de sangre marrón, algo que no nos asustó pues desde el inicio sufría de sangrados breves y oscuros, producto quizá de su poco cuidado. Tomé la segunda pastilla y repetí el procedimiento. Gritó nuevamente diciendo que al disolverse le ardían mucho. Los bordes de su vagina tenían puntos blancos, que eran los restos deshechos de la pastilla anterior. Igual introduje el dedo hasta donde pude y luego me apuré con la última pastilla antes que desaparezca entre mis yemas, tratando de concentrarme a pesar de sus gritos.

Me lavé, me cambié de ropa, me acosté nuevamente a su lado. Hablamos de la universidad, de sus admiradores, de sus primas envidiosas y tías cizañeras. Sé que en el fondo nos moríamos de miedo, y tratábamos de aparentar fortaleza con nuestra trivialidad. Mientras escuchaba sus intentos de explicarme la letra de una canción de Aventura, no podía dejar de pensar que tal vez eran mis últimas horas a su lado; y aunque salgamos airosos, sabía que ya nada será igual; no podré mirarla de la misma manera y me culpará por todo lo malo que le pase en adelante, como siempre lo ha hecho, pero esta vez con un poco más de razón.

-Ya empezó- dijo una hora después, levantándose de golpe y poniéndose de rodillas, con las manos sobre la cama.

- ¿Tan rápido?

Se apresuró a mostrármelo.

-Fue… como un caño. Es bastante.

-¿No sientes dolor?

-Nada.

-Está bien. Es una buena señal.

Se volvió a recostar y continuamos hablando, pero esta vez nuestras frases se perdían en la incertidumbre. Me sentía tranquilo porque el dolor al parecer le era soportable. Un par de veces fue al baño para cambiarse de toalla y desde la cama oía sus gemidos bajitos. Son los coágulos, dijo, cada vez que los expulso, me duelen, pero como la regla. Minutos después comentó que le empezaba a doler la zona lumbar, y cuando retornó a acostarse lo hizo despacito. Yo, como nunca, le tomé de la mano y la ayudé a subir.

Con todas mis fuerzas rogué que eso fuera todo, pero no.

Dos horas después de ingerir la primera pastilla se levantó dando un gemido espantoso. Se puso de rodillas tocándose el vientre en posición fetal. Al tomarla de la mano casi me quiebra los dedos. Su rostro se volvió rojo encendido, enmarcado en lágrimas que brotaban como cascadas a pesar de sus intentos por controlarse. Era una madrugada silenciosa y no queríamos despertar a los vecinos. Comenzó a morder la sábana.

Jamás la había escuchado lanzar tantas imprecaciones. Me sentía inútil, impotente a su sufrimiento. Hubiera querido que me prestara un poco de su dolor para aliviarla. La abracé con fuerza, escarbando en mi memoria las habituales frases de aliento y consuelo que suelen decirse en estos casos, y que me hacían sentir más estúpido, pues me es difícil decirle que todo saldrá bien cuando no tenía ni una puta idea de lo que estábamos haciendo.

¿Quieres ir al hospital? Le espeté la pregunta varias veces, preocupado por la cantidad de sangre y por la fiebre. Ella siempre dijo no, que ya pasará, pero no parecía ser así. Cada veinte minutos sentía que el vientre se le salía del cuerpo, y al final ya no preguntaba: le suplicaba que vayamos a un hospital.

-¿Para qué? ¿Para que todos sepan de lo que hice? ¡No me jodas!- gritaba entre gemidos.

Aborto y condena (5ta. Parte)


Viernes 14 de Mayo, 9 pm.

La receta está lista. Afortunadamente la letra del doctor no era tan penosa. Parecía la de un infante. Solo tuve que poner “MISOPROSTOL (Misoprolen)” en el espacio vacío entre la medicina y su sello. Ahora solo faltaba encontrar una botica más o menos displicente. Ericka nos recomendó una por la avenida Aguirre, pasé con la moto un par de veces antes de dar con ella, en una zona de hospitales y farmacias.

Pamela se bajó y yo esperé afuera. Con antelación habíamos quedado en que si la persona que atendía era mujer, entraría yo, y si era hombre, ella. El dependiente le dijo muy carismático que no tenía Misoprolen, pero si gusta, podía llevarse Citotex, que es lo mismo. Pamela se escandalizó diciendo que a su abuelita no podía darle pastillas para abortar porque tiene úlceras. El dependiente sonrió nuevamente y le explicó lo que Pamela ya sabía, pero igual tuvo que poner cara de niña en salón de clase.

Desafortunadamente somos un par de pelagatos. A duras penas pude reunir ochenta soles, y la cuenta de ambas medicinas (la real y la realizada) era de cien. Tuvimos que renunciar a dos Citotex, llevándonos seis pastillas en vez de ocho.
Cuando salió tuve ganas de abrazarla, al fin su histrionismo estaba dando resultados concretos.

De regreso nos tomó bastante tiempo decidir la dosis. Le recomendé que siguiera los consejos de Women on Waves, una página dedicada a ayudar con información a aquellas mujeres que quieren abortar en países donde es ilegal hacerlo. W.O.W. decía que tres dosis de tres pastillas cada tres horas son suficientes. Nueve en total, todas vía oral. El problema es que sólo teníamos seis pastillas y cero céntimos.

Pamela insistía en abortar como su madre, pues siendo genéticamente similar, quizá tenga mayor éxito: dos orales y tres vaginales, sin intervalos de tiempo ni dosis adicionales. Yo tenía mis dudas, porque si la dosis es muy poca la placenta y el embrión podrían no caerse completamente, lo que derivaría en un aborto incompleto y un posterior y doloroso legrado en un consultorio, dejando de ser un asunto privado. Por otra parte, si la dosis era demasiada podía tener una hemorragia, una infección y un cuadro de anemia que pondría su vida en peligro.

Cerré los ojos y dije que lo haríamos a su modo.

Casi a la medianoche regresamos a su cuarto. Se puso una bata azul y tuvimos mucho sexo violento. Era la primera vez en dos meses, pero fue como si hubieran pasado años. Pamela es la persona más fogosa y sensitiva que conozco. Si de ella dependiera tendríamos sexo con cada comida. Incluso durante la semana deslizó el comentario de que el coito pertinaz era bueno para tener un aborto espontáneo, exigiéndome que lo averiguáramos. Me dice que no le importa si algún día se casa o se enreda con otro: siempre será mi amante y saldrá a buscarme en la noche furtiva. Lo que quiere decir que tampoco importa si algún día encuentro la felicidad con alguien más. A veces habla con tanta naturalidad y hasta con aplomo, que me es imposible dejar de pensar si no me habré liado con una loca. ¡Todavía recuerdo la vez en que me dijo que para dejarme ir debía embarazarla primero, para tener algo mío que recordar!

Sé que el sexo de esta noche tendrá su precio. Sé que ahora pensará que aún la quiero y renovaré sus esperanzas por unos cuatro meses, recordándome esta noche en cada discusión y presentándola como prueba irrefutable de que lo mío es simplemente orgullo y nada más. Estoy cometiendo el peor de mis errores, ¡pero también soy humano, débil, inseguro, torpe y necesito eyacular!

Finalmente, llegó la hora de empezar. Nos sentamos al borde de la cama. Sostuve el vaso en una mano y con la otra le tomé la temperatura. Mis nervios fueron evidentes cuando un poco de agua se esparció en el piso. Una pregunta galopaba en mi cabeza cada tanto: ¿y si después me arrepiento, podré vivir con eso?

-No quiero hacerlo –le dije- ¿No podrías ir a un médico?

-No seas cobarde. No voy a permitir que un médico me abra las piernas a menos que sea grave.

-Bueno, solo quiero estar seguro de que así lo deseas.

-Es lo mejor-dijo.

-¿Y si lo tenemos?-repliqué.

-¿Para qué? Tú no lo quieres. No quiero que mi hijo sufra con el rechazo de su padre. Sé lo que es.

-Lo quiero tener.

-No es cierto.

-Sí.

-No. Además, es demasiado para mí.

En esta parte me tocaría tratar de convencerla, pero me quedé callado dejando que en sus ojos torneados se apague toda chispa de esperanza. Yo dudaba, pero no por amor, culpa o súbito sentimiento paternal. Simplemente por miedo a que las cosas se compliquen, a ser responsable por su vida, a adicionar una culpa más a mi magra conciencia. Se puso a llorar y por primera vez dejé que lo hiciera sin reconvenirla. Incluso la abracé, lo cual es decir demasiado. Hemos pasado tantas cosas y acumulado tantos recuerdos, que si dejara por un instante que la nostalgia se ocupe de mí, me quebraría con ella.

Aborto y condena (4ta. Parte)


Miércoles 12 de Mayo, 9pm.

Paro general por la aplicación del tratado fronterizo entre Perú y Ecuador. Las calles lucen decoradas con vidrios rotos, troncos y arena. Víctor está de viaje y no regresa hasta el próximo miércoles. De todas formas tuve dudas de contarle mi problema. Indiscreto. Estos días he ido a dos farmacias, y en ambas me dijeron lo mismo, luego de clavarme la mirada como si fuera un criminal: “Necesito la receta”. Pamela ha tenido el poco tino de ir a Inka Farma, donde de plano la dependienta apuntó con el índice a un artículo de Perú21 pegado en la vitrina: “Trescientos sesenta mil soles de multa para las boticas que vendan sin receta”. La pobre ha salido más avergonzada.

Superando todo su pudor, le ha contado a Ericka, abriéndole el alma, y la muy puta le dijo que no podía ayudarla porque tenía miedo de que le pase algo y no quiere ser responsable de nada. Una obstetra cojuda, cobarde o egoísta. Da lo mismo. Pamela le imploró que al menos le facilitara una receta de entre sus colegas o de algún doctor, y ella casi a regañadientes le arrojó una del 2008, prescribiendo Metergin y ampicilina.

Si no hubiera averiguado por mi cuenta, estaría muy tranquilo comprando lo que ella prescribe, pero estos días me he quemado las pestañas leyendo todo sobre farmacología. Metergin es un fármaco usado luego del aborto, y en caso de que éste sea incompleto, y la ampicilina es para prevenir una posible infección. En otras palabras, nos había mandado al desvío. Lo que necesitábamos era el bendito Misoprostol, en su versión comercial, Cytotex. Ya sabíamos que valía diez soles cada pastilla, pero en cuanto a la dosis hay mucha divergencia. Algunos dicen que dos orales y dos vaginales, otros opinan que cuatro y cuatro, otros que tres orales cada tres horas por tres veces, en fin, toda esa nube de opiniones por los pocos estudios que se han hecho del aborto con Misoprostol.

¿Por qué? Porque el aborto con Misoprostol es el aborto más misio que hay, el más doloroso, el que tiene más bajo porcentaje de éxito (65-80%) pero el único que está a la mano aquí en Perú. En los países donde el aborto es legal, se usa el Misoprostol junto con otra pastilla llamada Mifepristona. Juntas elevan el porcentaje de éxito al 99%, existen amplios estudios sobre su uso, la dosis es exacta y el proceso no es tan doloroso como con el Misoprostol solo. Desgraciadamente, la Mifepristona está prohibida en el Perú por ser una pastilla exclusivamente abortiva. El Misoprostol en cambio, es usado en el tratamiento de las úlceras gástricas, por lo que puede venderse previa receta médica.

Así que Pamela tendrá que resignarse a abortar como la mayoría de mujeres peruanas: a ciegas, con una dosis incierta, haciendo de tin marin en el número de pastillas y con un fármaco inventado para las úlceras, una medicina de contrabando. Más de uno me dirá que se lo merece por querer matar a un ser humano, a todos ellos les digo: váyanse a la mierda. Si a la Iglesia Católica le preocuparan los pobres como pregona, estaría a favor de los condones, los anticonceptivos y el aborto en las primeras semanas, porque sencillamente así no habría tantos. Además su posición frente al aborto es relativamente nueva. El propio Tomás de Aquino pensaba que el embrión no tenía alma y que el aborto no era un homicidio. Me avergüenza la hipocresía de tantas mujeres de edad madura que se oponen al aborto y sin embargo llevan consigo un par de bajadas bajo la falda. ¿Es que así es como preferimos vivir? ¿Condenando el aborto en público y recomendándolo en secreto a nuestros parientes? Esas cosas me enferman. Lo que tienen es miedo. Miedo de que si la ley lo permite, las mujeres empiecen a abortar en masa, como si fuera un asunto de represión sicológica. Nada de eso, las mujeres han abortado desde siempre y lo seguirán haciendo con prohibiciones o no, lo único que cambiaría es que tendrían acceso a un aborto controlado y supervisado por un profesional. Antes de que tuviéramos este problema escuchaba a tanta gente decir que había abortado alguna vez en la vida, tantos guiños de amigas que afirmaban estar embarazadas pero el bebé “se les cayó”, tantas promesas de ayudarnos con el número de un médico cuando nos encontremos en un trance semejante, que cuando al fin nos ocurre, todos miran a un costado y rehúsan meterse porque “no quieren ser responsables”. Malditos hipócritas, cucufatos de pacotilla.

Estoy en el cuarto de Pamela, mirando desde su cama el cielo raso de triplay blanco descascarado. Por la tarde intenté falsificar una receta en la computadora, con resultados deprimentes. Ahora está de camino al hospital en el que trabaja Ericka, ya no para pedirle ayuda, sino buscando a un amigo, un doctor que dizque bebía también de su aliento a rosas y jazmín. Su misión es nuestra última esperanza. Ha querido darme algunos detalles, pero le pedí que no lo hiciera. Es mejor no saber para no cuestionar.

Cuando escucho el giro de las llaves, mi corazón empieza a galopar de súbito. Ella aparece sonriente, es una buena señal. Deja la cartera en la silla y se sienta al borde de la cama.

-Ya está-grita medio nerviosa.

- ¿Ya está qué?- pregunto retomando mi habitual galanura.

-Ya estamos jodidos. No, mentira. Bueno, no encontré a Saavedra, pero el doctor que estaba de turno resultó ser su amigo y fue muy amable, así que para no venir en vano, me animé a pedirle ayuda. Le dije que estaba estudiando Derecho, y que en el curso de Medicina Legal nos habían pedido un modelo de receta, así que necesitaba una, de cualquier medicina, y que en reverso explicara en pocas palabras para qué sirve.

-¿Y te atracó?

-Claro que sí pues, si yo debí ser actriz.

-Lo sé, eres la reina del drama.

-Ay no seas antipático, además no me quedaba de otra, ya que tú ni siquiera fuiste capaz de conseguir las pastillas. Por dentro me cagaba de miedo ¿pero qué iba a hacer pues?

-Continúa.

- Y ya pues, me sonrió comprensivo y sacó su recetario con el logo del hospital, pero luego dijo “mejor te voy a dar el de mi consultorio particular, que es más bonito” y yo sonreí. Me preguntó qué quería que pusiera y yo le dije que me prescriba lo más fuerte que haya para la úlcera gástrica, con la tenue esperanza de que pusiera Misoprostol. Pero puso el nombre de otra medicina, y atrás escribió para qué sirve.

Me extendió el papel y esta vez no la dejé en el aire, luego continuó:

-Ahora te toca. Queda mucho espacio en blanco para que completes la receta con la mejor de tus imitaciones. Por si acaso le pedí dos, así puedes practicar mejor.

Mi respiración entrecortada fue más evidente al sostener la prescripción en mis manos. ¿Será verdad tanta belleza?

-Has sido muy valiente-dije como reprochándome a mí mismo.

-Es para demostrarte que yo también quiero hacerlo. Dame un abrazo.

Me dejé abrazar por unos instantes, dubitativo. Luego me separé.

-¿Vas a hacerlo esta noche?

-Walter hay un problema: mis tías están hablando de mí, dicen que parece que estuviera embarazada.

-Seguro fue Ericka, o sea encima que no te ayudó, ahora está de chismosa.

-No creo que haya sido ella. Es bien discreta. Es mi tía Zoila. Ella siempre se ha dado de adivinadora, cada vez que ha dicho que alguna sobrina está embarazada, resultó siendo cierto. Todas le tienen un respeto de bruja porque nunca falla, y el domingo pasado ha dicho que yo estoy embarazada, que se corta un dedo si es que no estoy embarazada.

-Pucha cana.

-Y lo peor es que mañana me esperan en el cumpleaños de Carla porque quieren el RPM para hablar con mi mamá a Lima. Ahí seguro le va a contar. Si no voy, van a sospechar peor.

-Pero qué viejas para metiches. ¿Acaso te dan de comer?

-No, pero no quiero que mis padres se enteren.

-¿Acaso tus padres te dan de comer?

-Ay ya sé que no, pero de todas maneras, no quiero fallarles como hija. Además me obligarían a tenerlo y a casarme con cualquiera. Y si no eres tú, no quiero casarme con nadie.

-¿Y por qué te van a obligar?

-Tú no entiendes Walter. Sea como sea son mis padres.

-Tienes razón. No entiendo ni nunca entenderé. O tu amor de hija es demasiado sublime, o eres una cojuda sin remedio. ¿Cuándo lo haremos entonces?

-Lo haríamos hoy, pero no sé, mi mamá cuando abortó…

-¿Tu mamá también?

-Bueno sí, pero sus motivos no tienen nada que ver con los nuestros. Ya éramos tres y no quería otro hijo más. Pero bueno, te decía que cuando ella abortó tuvo mucho dolor y estuvo en cama una semana. No sé como reaccionaré yo. Primero tengo que visitar a mis tías y hacerles ver que todo está bien. Luego de eso…

-El viernes entonces.

-Creo que sí.

-Está bien. Pero ten en cuenta que el viernes cumples nueve semanas. Vas a estar al límite.

-Todo está al límite. Me siento al borde de dos caminos que me llevarán a lugares opuestos.

Aborto y condena (3ra. Parte)


Lunes 10 de Mayo, 8 a.m.

Las calles están vacías, y no puedo evitar ver a mi hijo en cada carita sucia que me ofrece chicles o quiere cuidarme la moto. Hordas de niños caminando por el mercado, descalzos e hidrofóbicos, vomitados a las calles por padres respetuosos de la vida humana, me recuerdan que ya estamos completos.

De vuelta otra vez en su cuarto, antes nuestro. Ahora vive sola y trata de estar el menor tiempo posible en él, pero le dije que hoy la visitaría, así que la encuentro recostada en la cama. Cuando me ve, se yergue meditabunda.

-Tienes razón. He pensado mejor las cosas y un bebé no es lo adecuado en este momento. No tengo trabajo y empiezo a estudiar el lunes. Tengo que pagar la pensión, el cuarto, la comida, ya que por lo visto no me vas a apoyar más. Tener un bebé ahora sería desastroso. Sólo estaba dejándome llevar por la emoción de la noticia, ahora la he asimilado.

Yo le miro sorprendido. No puede ser que haya cambiado de opinión. Algo se trae entre manos.

-Esa será mi mayor prueba de amor por ti –concluye con un frenesí de histrionismo.

-¡Lo sabía! Tú no dejas de sorprenderme. Ahora me sales con que tu aborto será una prueba de amor. Después me dirás que no puedo dejarte porque te hice hacer cosas terribles y tengo que pagar quedándome a tu lado por los siglos de los siglos, aunque esta relación hace rato se haya ido a la mierda. ¿O no me dices eso ahora cuando peleamos? ¿No me dices que por mí has dejado a tu familia cuando ni siquiera te pedí que te quedaras? ¿Qué será cuando abortes? ¿Me vas a chantajear diciéndome que tomarás la pastilla a cambio de que me quede contigo para siempre? Pues no voy a caer en tus juegos. Si quieres tenerlo, ténlo. Pero ni así te quedarás conmigo.

-Walter yo he cambiado…

-¿De qué?

-Este viaje me ha servido para darme cuenta de las cosas. Sé que me he portado muy obsesiva e inmadura, pero déjame demostrarte que en adelante las cosas serán diferentes.

-Claro que lo serán, porque no habrá nada entre nosotros.

Ella acomoda la almohada detrás de su cabeza, y se recuesta mirándome.

-Ven-dice palpando el colchón- quédate un ratito conmigo.

Dejo el maletín en la mesa y me recuesto dándole la espalda. Ella me rodea con sus brazos y pega sus labios en mi hombro.

A veces parece una niña sin padre.

-¿Le has contado a tu mamá? – pregunto.

-¿Cómo crees? Será para que me obligue a casarme. ¿Y tú?

-Sí.

-¿Y qué te dijo?

-Que lo tenga. Que ya está muy grande, que es un crimen lo que quiero hacer, y que por algo hace Dios las cosas porque ese bebé llega justo en el momento indicado, ya sea para hacerme más humano como dices tú, para volver contigo o para enseñarme a ser responsable.

-¿Y qué piensas?

-Que son tonterías. Le dije que un hijo es un atraso, que no me veo como padre, que no sabría cómo hacerlo, que sería muy irresponsable si dejo que nazca. Yo puedo vivir de lo que sea, cachueleándome con las tarjetas o instalando programas, no necesito más que un techo de zinc y un par de panes al día. Pero un hijo es diferente, no puedo arrastrar a otro ser humano conmigo a una existencia miserable. Desde el momento en que tienes a alguien que depende de ti, todo cambia. Tienes que trabajar más duro por la leche, los pañales, las medicinas, la guardería, la ropa, renunciar a tus sueños para convertirlo en el blanco de tus frustraciones. Sé que dicen que soy un vago y conformista, que no me esfuerzo lo suficiente, y está bien. Tienen razón. Me gusta dedicarme a lo mío aunque no sea productivo; pero el día que nazca mi hijo tendré que olvidarme de todo eso y empezar a medir las cosas con la regla del dinero. No hay nada peor que ser un vago con hijos, como tantos vagos que se reproducen como gremlins para dejar que la abuela los críe mientras ellos siguen con su vida de vagos. Así no quiero ser. Tener hijos para que crezcan a su cuenta y riesgo como la hierba mala es peor que impedir su nacimiento.

-¿Y qué te respondió?

-Lo mismo que tú, que soy un monstruo. Pero eso no vale. Ella también abortó alguna vez y consiguió lo que quería, ahora se atreve a decirme que no lo haga. ¡cuánta hipocresía!

-Es que debe tener penita pues mi amor, su primer nieto.

-No me digas amor. Además todavía estamos a tiempo. Lo que tienes ahí es parte de tu cuerpo y no el nieto de alguien. Ni siquiera es un ser humano completo. He estado averiguando en internet y apenas es del tamaño de una moneda de un sol. ¿Cuándo lo haremos?

-Cuando tengas las pastillas pues.

-Eso es difícil de conseguir. ¿No le puedes preguntar a Ericka?

-Ay no, es mi prima, se va a enterar.

-Pero también es obstetra, y la única que nos puede ayudar. Hablaré con Víctor mañana, su mujer ha abortado un par de veces antes de tener a Camila, de repente pueda decirme cómo consiguió las pastillas. Me tengo que ir.

Me levanto, le doy un beso en la mejilla y abro la puerta.

-Walter…

-¿Qué?

-¿Me puedes traer torta de chocolate?

Aborto y condena (2da. Parte)


Viernes 7 de Mayo, 6pm.

Hoy toca matrícula del nuevo ciclo. La universidad parece un hormiguero. Estoy más tranquilo, trato de acostumbrarme a la idea de ser un padre sin futuro, con una carrera en ciernes y sin trabajo conocido. Sé que muchos han salido adelante en peores circunstancias, pero el hecho es que no pensé tener hijos. Ni ahora, ni nunca. La descendencia me parece una aberración. Prolongar en un nuevo ser mis defectos y manías, sabiendo que no podré darle lo que se merece -y no me refiero a una casa o buena educación, sino a fortaleza, dignidad y autoestima, tal vez amor- sería un desgaste innecesario de recursos.

Claro que, todavía me queda la duda. Siempre dejé que Pamela hiciera su vida con la mínima ayuda de mi parte. Odio los compromisos, odio cuando me dice que somos uno y cree que debemos contarnos todo; y cuando me aburría con historias de su trabajo le pedía que no me las contara por intrascendentes.

Hace años le dije cuatro cosas, que no han cambiado desde entonces:

1. Eres libre de irte cuando quieras, no hay compromiso entre nosotros.

2. Eres libre de hacer lo que sea para conseguir tus objetivos, siempre y cuando no me pidas ayuda. Yo te ayudaré, pero debes entender que no tengo la obligación de hacerlo.

3. Fidelidad es nunca sacarme la vuelta. Lealtad es contármelo antes de hacerlo. Prefiero que seas leal.

4. Nunca, pero nunca respondas a una pregunta con una mentira. Prefiero el silencio.

Sé que es raro, pero la rareza es uno de mis rasgos. Más rara es ella que decidió aceptar mis condiciones y vivir así durante más de siete años. Por lo tanto no fue necesario que comprobara su infidelidad, me bastaba saber que me ocultó las cosas. Ahora sé que gran parte de mis dudas provienen de mi falta de interés en los detalles de su vida fuera de mí.

La veo entrar. Sus caderas anchas se abren paso entre la multitud. Otea cada una de las mesas de la biblioteca, hasta que me ubica aliviada.

-Te odio con toda mi alma.

-No digas eso, Walter.

-Claro que sí. Tú lo planeaste todo. Te fuiste a Lima sabiendo que estás embarazada. Sabías que te pediría que abortaras. Querías protegerlo porque es la única esperanza para continuar a mi lado. Pero ¿sabes qué? Te salió el tiro por la culata. Si quieres tenerlo no te lo voy a impedir, pero eso sí, te olvidas de mí. Te pasaré una pensión y todo, pero eso no cambia las cosas entre tú y yo. No volveré contigo ¿me entiendes? Hagas lo que hagas, así me inventes diez hijos o me traigas uno original ¡no voy a volver contigo!

-Ya cállate. Si tanto dudas porqué no esperamos a que nazca para que le hagas todos los exámenes que quieras así comprobarás que es tuyo.

-Ah claro, qué conveniente para ti. ¿Y después qué? ¿Lo matamos? ¿No te das cuenta? Eso funcionaría si yo te dijera que estoy dispuesto a criar al bebé siempre y cuando fuera mío. Pero ese no es el caso, te estoy diciendo que no me importa si es mío o no, simplemente no quiero que nazca.

-Eres un monstruo.

-¡Colón!

-Ojalá mi hijo no sea como tú.

-Sí lo será, heredará todo de mí.

-Pues lo curaré con amor.

-Ya deja de hablar como Natacha novelera.

Se levanta bruscamente y va por las copias de su horario. Me quedo tragando saliva de amargura. Cuando estoy solo puedo analizar muy bien lo que me pasa, pero en cuanto ella aparece mi lógica se dispersa y me convierto en un animal. Es como si algo en Pamela me irritase desde lo más profundo, como un complejo atávico. Ahora me siento mal por decirle todas estas cosas, y hasta pienso ofrecerle disculpas bajando el tono, pero en cuanto la vea retomaré mis viejas emociones incendiarias. No hay nada peor que poner a una mujer incapaz de molestarse al lado de un hombre dispuesto a morir en un duelo verbal de acusaciones y argumentos.

-¿Ni siquiera tienes un poco de pena por él? – dice cuando vuelve a sentarse, como si nada hubiera pasado- si pudieras sentirlo, poner tu mano aquí y percibir sus latidos, quizá cambiarías de opinión. Un hijo te podría volver más humano.

-¿Oye pero tú estás loca? ya deja ese lenguaje para los sets de Televisa. Dijiste que ibas a hacer lo que yo diga ¿no? ¿O era otra de tus payasadas?

-Yo quiero tenerlo, pero no lo haré si tú no estás de acuerdo. Tiene que ser una decisión de los dos.

-Bien. Ahora a otra cosa mariposa. ¿Qué cursos llevaré?

Miré alrededor y noté miradas curiosas. Son los típicos imbéciles que vienen a la Biblioteca a cualquier cosa menos a leer.

-Si me dejas tenerlo, yo me iré de aquí y no te molestaré más. En Setiembre vuelvo a Lima a trabajar y no volverás a saber nada de nosotros.

-¿Así? ¿Y qué les vas a decir a tus padres? ¿Que eres la Virgen María?

-Estoy dispuesta a hacer todo por mi bebé. Gonzales me llamó cuando estaba en Lima y me dijo que quería estar conmigo, yo le dije que no porque estaba embarazada de ti, y él me dijo que estaba dispuesto a casarse conmigo para guardar las apariencias y no manchar mi reputación.

Gonzales es uno de los tantos subalternos del Ejército amigos de Pamela. Creo haber escuchado su nombre en dos o tres ocasiones, cuando me contaba acerca de los galanes que la halagan con piropos.

-¿Te has dado cuenta de lo que le has contestado? –pregunté.

-¿Por qué?

-Le dijiste que no podías estar con él “porque estabas embarazada” o sea que si no lo estuvieras, irías corriendo a sus brazos ¿no? Claro, y eso luego de decirme que soy y seré el único hombre en tu vida. ¿Notas lo inconsecuente que eres?

-No le dije exactamente eso…

-Además –interrumpí con la voz en alto- me dijiste que te habías enterado de tu embarazo estando de vuelta en Iquitos. ¿Cómo pudieron tener esa conversación, si supuestamente aún no sabías nada cuando estabas en Lima? Una de dos: o nadie te ha ofrecido nada y solo mientes para que crea que no me molestarás más, o siempre supiste que estabas embarazada y dejaste que pasara el tiempo hasta que sea demasiado tarde para un aborto.

-Me hice una prueba de orina en Lima, dio positivo, pero cuando empecé a sangrar dejé de preocuparme, luego me volví a preocupar cuando noté que los sangrados no eran normales y finalmente me hice una ecografía. Eso fue todo.

-Eres una mentirosa de las buenas.

Aborto y condena (1era. Parte)



Miércoles 5 de mayo, 8 pm.

-¿Te acuerdas que te dije que me vino la regla? Al principio creí que lo era. Pero después me di cuenta que eran sangrados raros y dolorosos, así que me fui al hospital. El obstetra me mandó a hacer una ecografía y aquí está el resultado.

Pamela me tendió un sobre blanco. La dejé con la mano en el aire un buen rato. Dentro había una hoja de papel couché con un membrete médico y un montón de palabras raras que prometí averiguar cuando tuviera tiempo. Al final, en letras pequeñas como para mitigar el impacto: Estado del embarazo --20%.

Fruncí las cejas mientras sentía un dolor en la nuca, luego repliqué:

- ¿Y? ¿Qué vas a hacer?

- Lo que tú me pidas que haga.

- No quiero que lo tengas.

Trató de contener una lágrima, pero nunca fue buena en eso.

- Está bien.

- Además –dije- ¿cómo pudiste embarazarte? No eyaculo hace años dentro de ti.

- Eso le dije al médico, que no podía creerlo, que nos hemos cuidado cinco años con ese método y jamás nos había fallado.

- ¿Y qué te dijo?

- Que siempre hay una primera vez. Cualquier método con un margen de error falla, sobre todo si se practica durante años.

Permanecí con la vista en el documento, no sabía qué más hacer.

- ¿7 semanas? Aquí dice que tienes 7 semanas.

Me dirigí a la puerta y revisé el calendario.

- Pero si hace siete semanas estábamos peleados…

- Pero no por eso dejábamos de hacerlo- dijo ella.

- Claro, qué coincidencia que justo te embarazas cuando César está de vacaciones en la ciudad.

Ella se llevó la mano a la frente y suspiró.

- Ya sabía que ibas a decir eso. Walter, no me he acostado con otra persona que no seas tú.

- Pues no lo creo. Es demasiada coincidencia. ¿Sabes cuánto me ha costado separarme de ti? ¿Sabes las cosas que he tenido que hacer para que te convenzas de que no te quiero más? ¿Cuánto tiempo hace que terminamos?

- Un mes, trece días, ocho horas y media.

- ¡Seis semanas redondas! Y tienes siete semanas de embarazo. ¿Me quieres decir entonces que luego de todos estos años cuidándonos te embarazas justo la última semana antes de dejarte? Lo que pasa es que tú quieres agarrarme.

- Walter yo te quiero, y no lo niego. Tengo esperanzas de que nuestra separación sea temporal y algún día te des cuenta que soy la única que te amará por siempre y sin reservas, pero yo no planeé nada de esto. ¿Crees que traería un hijo al mundo sólo para utilizarlo contra ti?

- Sí- dije en el colmo del delirio- claro que lo harías porque una persona obsesionada es capaz de todo por aferrarse a su objeto de deseo, hasta de matar, o procrear sin responsabilidad, que es lo mismo.

- Yo sola no hice este bebé.

- Pues conmigo no fue. ¿Acaso no recuerdas porqué terminamos?...

- Por César, yo sé, pero estás equivocado respecto a él.

- Hace años que te acosa, te ha propuesto matrimonio, te ha ofrecido dinero, te envía chocolates en navidad, rosas en tu cumpleaños, cartas de amor cada mes. Me prometiste que terminarías con todo eso, y lo único que hiciste fue seguir en contacto con él a escondidas. Si no hubiera contestado esa llamada, si no hubiera visto sus mensajes de texto aquel día, probablemente hoy sería un cachudo más que anda volando bajo. ¿Cómo sé que no te acostaste con él? ¿cómo sé que eso no fue el motivo por el que decidiste empezar a ocultarme todo?

Miró el techo moviendo la cabeza. Tenía ganas de pelear, hacerle perder los papeles con mi crueldad, abofetearla con mis palabras por haberme hecho esto, pero ella continuaba callada y suplicante, dejando que me consuma en mi propio fuego.

Me levanté, dejé el regalo en la mesa y salí.

- Feliz cumpleaños- dije, con mucha más rabia de la que puede contener aquel saludo.